lunes, 29 de septiembre de 2014

Síndrome de Bipolaridad Política Pro-Consenso



Tarde agitada la del pasado martes 23 de septiembre, en la que el Presidente del Gobierno de España decidió poner punto y final a la carrera política de su prolífico Ministro de Justicia, provocando su dimisión al rechazar su máximo reto legislativo, al menos en términos socio-mediáticos.

Repasemos sus principales iniciativas legislativas que no han dejado indiferente a nadie:

1. Ley de tasas judiciales, aprobada sólo con los votos del PP,  por la que se incrementan las tasas para determinados recursos judiciales;
2. Reforma del Consejo General del Poder Judicial, aprobada también sólo con los votos del PP, por la cual cambia el sistema de elección de los miembros del CGPJ, favoreciendo indirectamente a la formación política mayoritaria en el Congreso;
3. Revisión del Código Penal, aprobada en Consejo de Ministros, en la que se modifican sanciones y delitos y se protege en mayor medida a los menores y a las mujeres;
4. Reforma de la Ley Orgánica del Poder Judicial, en trámites de aprobación, que modifica sustancialmente el sector judicial, haciendo especial hincapié en la drástica reducción de aforados (de 17.621 que hay hoy a 22), lo que supone que jueces, diputados, senadores pasen a ser ciudadanos de a pie a efectos judiciales; 
5. Reforma de la Ley de Enjuiciamiento criminal, en trámite aún, por la que se elimina la figura del imputado y se reduce el plazo del secreto sumarial;

Y sobre todo, la que ha provocado su dimisión (tal y como explicó el propio Ruiz-Gallardón en rueda de prensa)

6. Anteproyecto de Ley de Protección de la Vida del Concebido ("Ley del Aborto"), por la que se cambia la actual ley del aborto del gobierno de Zapatero ("de plazos") por una ley basada en "supuestos" que en resumen despenaliza el delito del aborto en dos casos (más uno complementario), volviendo en última instancia, al contenido básico de la ley aprobada en 1985:

-  En caso de violación 
- En caso de daño físico o psicológico para la madre, incluyendo como posible daño psicológico la malformación del feto.

Hoy son casi todos los medios de comunicación los que aplauden la decisión de Rajoy, y se centran en acabar con la imagen del exministro de Justicia, exalcalde de Madrid, expresidente de la Comunidad de Madrid y uno de los más antiguos en la formación con sede en la calle Génova. Pero prácticamente nadie se centra en el hecho objetivo: el presidente del gobierno aprobó en diciembre del año pasado, junto con el resto del Consejo de Ministros (de forma unánime), el texto del anteproyecto de "ley del aborto" de Gallardón y ayer se echó atrás sin reparar en su responsabilidad, incumpliendo una vez más con sus promesas electorales. Dicen que "donde hay patrón no manda marinero", y al grumete se lo han pasado por la quilla por haber obedecido las órdenes del capitán.

La reacción de una parte no menor de los votantes históricos del PP no se ha hecho esperar, y hoy es raro el corro o coloquio que se forme a la hora de tomar el café de media mañana en el que no haya más de una voz discordante con la decisión de Rajoy y que jure y perjure que no va a volver a votar al "nuevo PSOE de los 80-90", "que legisla activa o pasivamente a favor del aborto", "que sube los impuestos", "que controla los medios de comunicación" y "que interveniene en procesos judiciales". Veremos en qué queda, porque la experiencia nos dice que a la hora de la verdad, los españoles del siglo XXI no se comprometen con nada ni con nadie mientras tengan algo que llevarse a la boca, aún a costa de dejarle al de al lado sin comer. Y mucho nos tememos que, a medida que se acerque la hora de ir a las urnas, el aparato del Sistema sabrá como infundir la dosis de miedo necesaria para que "antes de que gobierne Podemos y nos convirtamos en Venezuela" voten, con la nariz ya no tapada si no arrancada, los ojos rajados y los oídos quemados al partido de la gaviota. 

La decisión de Rajoy, ideada o no por él, sienta un precedente muy peligroso y genera un síndrome peligrosamente común a día de hoy, el síndrome de la bipolaridad política pro-consenso, por el cual una idea determinada deja de tener significado si no ha sido aceptada por un consenso mínimo. Ya no habría por tanto políticos con ideales, con opiniones, si no títeres al servicio de una masa etérea llamada consenso.