El comunicado
último de ETA del pasado 29 de septiembre muestra que no ha cambiado, no ha
desaparecido y no piensa desaparecer. Mantiene su trayectoria de coacción y
terror, exigiendo la soberanía de Euskadi y Navarra para la “reconciliación
nacional”. En resumen: más de lo
mismo.
Esto debiera desengañar al Gobierno, al PP,
al PSOE e incluso al PNV, que sigue hablando de normalización, de nuevos tiempos
y de paz, pero si no es así, habrá que decir aquello de “no hay más ciego que
el que no quiere ver”. De modo que la
actitud correcta del Gobierno y de los partidos políticos contrarios al uso de
la violencia es aislar y perseguir a los terroristas, y aplicar
las leyes vigentes a quienes lo son y a quienes les apoyan y protegen.
No hay que bajar la guardia, ya que la ausencia de atentados no supone la
derrota de ETA, en tanto que puede
conseguir sus objetivos por la amenaza y la coacción. La derrota sólo se
producirá cuando reconozcan su
equivocación, admitan los daños
causados y hagan efectiva la promesa de
no reincidir más en la violencia, mediante la entrega de las armas y su puesta a disposición de la Justicia.
Por tanto, la
actuación policial contra Herrira no es más que el cumplimiento de sus
obligaciones, sometidas al control judicial como corresponde a un Estado de
Derecho. Sorprende así que un
partido, el PSOE, que ha sufrido los
atentados y las amenazas de ETA y sus amigos, sucumba a la tentación de ceder e ir contra el Gobierno popular en
una manifestación de los proetarras.
Que asista el PNV es una muestra más del temor
reverencial que la izquierda radical infunde a los miembros del partido
nacionalista, que ya se vio hace dos años al no poder presentar candidaturas
municipales en 35 pueblos de Guipúzcoa.
Porque ETA haya dejado de
matar no debe recibir ningún premio, y hasta
que no desaparezca completamente su influencia seguirá pesando en las
actuaciones políticas de los partidos en el País Vasco.