miércoles, 19 de noviembre de 2014

SOBRE CÓMO DEBERÍAN SER LOS POLÍTICOS



Decía Platón que los políticos, gobernantes de la “Polis” griega, deben ser los mejores entre los ciudadanos y además, dejar de atender los negocios propios para pasar a atender los negocios públicos.

Pero la atención de los asuntos públicos, dejando de lado los asuntos privados, puede conducir a la situación en que se halló el Presidente de Gobierno Ríos Rosas, cuando en su lecho de muerte, dijo a un amigo íntimo: “Te encomiendo a mi mujer y a mi hija. Todo lo que tengo son cinco duros en esa mesilla de noche”.

Las noticias recientes de muchos políticos que se han preocupado de sus negocios particulares, a costa de los negocios públicos, y la certeza de que entre ellos no están los mejores ciudadanos, nos hace pensar que algo está fallando entre nosotros.

Una máxima certera nos dice: “Los funcionarios públicos, pocos, buenos y bien pagados”. Extendiendo esa máxima a los políticos, diremos “Los políticos, muy pocos, muy buenos y muy bien pagados”.

Si Platón decía que deben ser los mejores, eso coincide con la afirmación de que deben serlo, en lo moral, en lo intelectual y en carácter. Si deben ser así, forzosamente no habrá un gran número de ellos, por lo que su número debe restringirse al mínimo y sin que se confunda la tarea del funcionario público con la del políticoAmbas categorías tienen sus atributos y cualidades específicas que no coinciden o no tienen por qué coincidir. Es por ello un grave error y una falta moral extender las designaciones políticas partidistas entre los niveles más altos de funcionarios, para favorecer a los correligionarios y el clientelismo. Un ejemplo próximo, Francia, nos muestra la utilidad de que hasta el Prefecto sea un funcionario de carrera, que no se designa por el arbitrio político del momento.

Si queremos que sean los mejores, no podemos esperar que su trabajo lo hagan por nada. Ese trabajo gratuito solo lo podrían hacer los millonarios y los que, por herencia, tiene la vida resuelta y no habría una verdadera igualdad de oportunidades y en consecuencia, no se aseguraría la elección de los mejores. Si queremos que un Presidente de Gobierno o Ministro se vean en igualdad en la gestión pública, frente a un Presidente de empresa, que gana 3, 5 o 7 millones de euros al año, no podemos asignarles un sueldo de 90.000 euros.

Por ahora eso se resuelve mediante la continuidad en la atención del negocio privado, Registrador de la Propiedad, aunque sea a través de un colega, pero recibiendo el 50% de los ingresos netos. En definitiva, no hay dedicación completa y exclusiva a los negocios públicos y eso se da en todos los niveles políticos.

¿Cómo se soluciona eso?

Subiendo los sueldos del Presidente de Gobierno y de los Ministros hasta los niveles de los ejecutivos de la empresa privada, con sometimiento a la exacción fiscal correspondiente por parte de Hacienda. 

Si alguien se asusta pensando en el excesivo coste que ello puede representar, hay que volver a recordar lo dicho antes: “Políticos, muy pocos”. Es decir que no hay que preocuparse tanto de los sueldos individuales, como del NÚMERO de políticos, que hoy día en España es verdaderamente excesivo. Solamente así podremos ofrecer a los mejores un atractivo suficiente para poder dejar los negocios propios y atender en exclusiva los negocios públicos. Si los mejores nos gobiernan, la inversión se recupera, y la Sociedad se ve favorecida con los óptimos resultados de un buen gobierno. Un primer paso consiste en incluir en ese sueldo, las dietas, gastos de representación y otras gabelas variopintas que existen, no se conocen por la ciudadanía y que tampoco se controlan.

Sin olvidar que el afán de servicio a los demás y la honorabilidad que la función produce, ser primeros en el protocolo, invitaciones a los actos públicos, etc, contribuyen a una remuneración en especie, sin que por tanto haya que alcanzarse una paridad exacta con el sector privado.

Debe de controlarse la elección de esos políticos, en la fase de candidatos, por los propios partidos políticos, mediante la transparencia y la democracia internas, exigida por la Constitución para comprobar que cumplen con los requisitos exigidos. 

Y  deben ser fiscalizados cuando ya son elegidos, mediante las leyes existentes y su aplicación por los órganos previstos, formados por funcionarios, jueces, fiscales, inspectores, a cubierto de esos mismos políticos. No obstante no es tan importante el control como la transparencia, de modo que todos sus actos estén visibles a los ojos de los ciudadanos.


Por último, los políticos no deben ser funcionarios, porque la imparcialidad del funcionario se pierde al adoptar una posición partidista. Si por alguna razón un funcionario da el paso a la política partidista, lo debe hacer sabiendo que no podrá volver a serlo. La experiencia nos muestra como un funcionario al volver a su puesto después de una etapa de posicionamiento político público, no es capaz de actuar con equidad y sin favoritismos. En la actualidad la mayor parte de Diputados en el Congreso provienen del funcionariado público...

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